NOVENTA AÑOS CREATIVOS II
PRÓLOGO
Un lienzo impresionista hecho de vivencias
El género literario de la vivencia que practica y promueve Fernando Orlando tiene la virtud de ofrecernos fogonazos sobre la realidad, a veces poéticos, otras veces reflexivos pero siempre breves, que pretenden mostrar en pocas palabras el sentimiento del autor sobre una cuestión o experiencia. Pero, a la vez, las vivencias, sobre todo si son muchas y conforman un texto amplio, como es el caso, constituyen un lienzo en el que el autor pinta un cuadro impresionista en el que cada vivencia es un trazo y el conjunto nos sugiere una imagen del pensamiento del autor. E incluso de su personalidad, si consideramos que en realidad se trata de un autorretrato —intelectual— vangoghiano en el que el pintor escribe precisamente de las cosas que le preocupan o han pasado por su vida.
En el libro de Fernando Orlando, el segundo de este tipo, la simple elección de los temas que se tratan ya nos indica cuáles son las preocupaciones e intereses vitales de su autor o, al menos, las que el autor señala como sus preocupaciones, aunque, al menos en mi percepción, estas coinciden en buena medida con las reales porque, como donostiarra de pro que es, no entra en su talante el disimulo o la ocultación, la hipocresía o doblez. A continuación, voy a destacar algunas líneas conductoras que creo descubrir en este libro de vivencias, señalando algunos temas que se repiten de una forma u otra y que parece ocupan los pensamientos del autor y con ello muestran su ser íntimo.
Así, se repiten vivencias que reflejan cómo debe enfrentarse la vida, en particular la profesional. Por ejemplo, en «Mediación», «Acuerdo», «Colaboración», «Equipo», «Concordia» o «Escuchar» subyace su visión de las controversias y el conflicto e indica cómo deben estos enfocarse: «Delicadeza. Para buscar puntos de encuentro y zonas de común entendimiento», dice en «Mediación». «Escuchar es la forma de afinar nuestra sensibilidad para llegar al prójimo», escribe en «Escuchar». No hace falta explicar largamente lo que ello significa: escuchar al otro, no usar la imposición, buscar acuerdos.
Pero su llamada al acuerdo y la escucha no contradice la exigencia de un compromiso personal con la sociedad. Otro grupo de vivencias se titulan «Presidencia», «Líder», «Autoridad», «Jerarquía»… «Característica esencial del líder es el asumir responsabilidades colectivas», dice en «Líder». Y es que, como decía Martin Luther King Jr.: «Un buen líder no es un buscador de consensos, sino un moldeador de consensos». Es decir, hay que liderar los consensos, hacer que surjan, favorecerlos. Eso sí, sin que ello signifique renuncias significativas, porque hay cosas sobre las que no se puede transigir: «En términos de estilo, nada con la corriente. En términos de principios, permanece como una roca», decía Thomas Jefferson. Y en «Transigir», dice Orlando: «Hay cosas sobre las que no se puede transigir: aquellas que afectan a la propia esencia de las personas».
El líder, además, no puede ser un demagogo apasionado. Las cosas deben madurarse, es imprescindible pensar en el futuro. En vivencias como «Programa», «Método» o «Plan» deja claro que las cosas no preparadas dan campo libre a la ley de la casualidad. «Lo primero es saber lo que se quiere. Después viene la forma de conseguirlo: el plan», dice en «Plan»; y en «Método» apunta: «Al método se llega por raciocinio basado en la experiencia». Pero para que funcione cualquier plan es imprescindible conocer la naturaleza humana y lo que mueve a las personas. En vivencias como «Motivación», «Incentivos» o «Expectativa» nos recuerda que «cuando la motivación está bien formulada y es fácilmente conocible, todo resulta más sencillo». En cambio, «cuando los motivos son contradictorios y se entremezclan razones evidentes y deseos apasionados, se produce la confusión», afirma. Por eso, «el dirigente que sabe crear incentivos es el que acaba triunfando». En todo caso, «empresa es sinónimo de iniciativa», pero no es obra de una sola persona porque «en la empresa hay muchos partícipes. A todos debe reconocerse su participación», dice en «Empresa». Ahora bien, la vida empresarial es ardua. Dice en «Competencia», refiriéndose a este concepto: «Lucha noble entre varias personas o entidades por la obtención de un mismo objetivo». Y para competir adecuadamente, hay que formarse y prepararse. Unas cuantas vivencias se llaman «Educación» (de hecho, hay dos con este título), otra más poéticamente «Aprenderé» y otra «Formación», en la que apunta: «La formación es la fase más importante para el futuro de un ser, de una vida, de un hombre, de una sociedad».
Pero, quizá, las vivencias que más me conmueven son las que dibujan ciertos aspectos éticos que considera esenciales en el ser humano. Me traen a la mente las Meditaciones de Marco Aurelio y particularmente aquella en que dice: «De mi padre [aprendí]: la mansedumbre y la firmeza serena en las decisiones profundamente examinadas. El no vanagloriarse con los honores aparentes; el amor al trabajo y la perseverancia; el estar dispuesto a escuchar a los que podían hacer una contribución útil a la comunidad». Aunque también el pasaje que dice: «De Máximo aprendí el autocontrol y a no andarme con rodeos. A mantener el buen ánimo en cualquier circunstancia, incluso en la enfermedad. A mostrar un carácter equilibrado, entre afable y severo, así como a no quejarme de lo que tenemos que hacer». Entre las vivencias hay unas cuantas que van en la misma línea, como las tituladas «Virtudes», «Responsabilidad», «Lealtad», «Trabajar», «Dignidad», «Voluntad», todas las cuales apelan a la areté griega, a la que se llega por la repetición constante de actos buenos y por el cultivo de tres virtudes específicas: andreía (valentía), sofrosine (moderación o equilibrio) y dicaiosine (justicia), a las que luego se añadió la prudencia. Estas virtudes formaban un ciudadano relevante, útil y perfecto. Y nos dice Orlando: «La virtud es lucha. Lucha para conocerse a sí mismo»…, gran verdad. «La dignidad que exiges para ti, ha de ser igual a la que guardes tú a los demás». «Ser responsable es ser coherente y ser consecuente», apunta en otra. «Libertad, responsabilidad, conciencia, confesión, he aquí el proceso lógico», culmina.
Unas cuantas vivencias más sugieren cierto estoicismo, esa «disciplina del deseo» de la que hablaba Epicteto al pronunciar: «Haz el mejor uso posible de lo que está en tu poder, y toma el resto como acontezca. Algunas cosas dependen de ti y algunas cosas no dependen de ti». Hay varias vivencias que contienen esas ideas: «Simplicidad», «Sobriedad», «Austeridad». En ellas expresa: «La sobriedad exige inteligencia y sacrificio»; o «la austeridad, bien entendida, exige que haya unos cauces, justos y legítimos, para producir de forma casi espontánea, la redistribución». Por ello, es preciso «vivir de acuerdo con nuestras necesidades, dentro de un orden». E insiste: «La serenidad es orden, no eliminación de elementos naturales».
Por supuesto, no todo es responsabilidad y exigencia. Hay muchas vivencias dedicadas a aspectos íntimos y personales. En «Familia» dice: «Los vínculos familiares son de la sangre y por ello indiscutibles». Y en «Humor»: «Para tener buen humor hay que saber ver el lado amable de las personas y de las cosas». «La naturalidad es el medioambiente de la amistad», propone en «Amistad». Algunas vivencias son íntimas como «Instante»; o tienen reminiscencias musicales, como «Falla»; emocionales, como «Abrazo»; o poéticas, como la dedicada a su hija, «Tú y yo». En otras, deja ver su idea sobre la transcendencia: «¿Dónde están los místicos?», se pregunta en «Crisis».
Tampoco huye el autor de cosas duras de la vida. Hay textos como «Tristeza», «Horrísono», «Prisa» «Vanidad», «Bandería», «Basura» o «Decadencia» en los que deja claro lo que le molesta o perturba. El egoísmo, la fatuidad, el sectarismo que nada aporta al acervo común, el hastío de los saciados, el desconcierto desintegrador trazan el límite negativo de sus aspiraciones.
Hay, pues, pensamiento, pero también sentimiento, en este libro. Hay convicción, pero no falta pragmatismo. Hablaba Weber de una ética de la convicción y de una ética de la responsabilidad. La primera se rige únicamente por principios morales y exige que siempre se sigan esos principios; en cambio, la ética de la responsabilidad, única posible en política, considera que el criterio último para decidir ha de fundamentarse en la consecuencia de la acción, en sus resultados. Creo adivinar en el pensamiento de Fernando un poco de ambas, como corresponde a cualquier ciudadano equilibrado. Existen principios, existen obligaciones, pero no se pueden olvidar las consecuencias de los actos. Por eso decía el propio Weber: «Nadie puede prescribir si se debe operar conforme a la ética de la responsabilidad o a la ética de la convicción, o cuándo hay que hacerlo conforme a una y cuándo conforme a la otra», por lo que «ambas éticas son complementarias y han de concurrir para crear al hombre auténtico, al hombre que puede tener vocación política».
Quiero encontrar la síntesis de su pensamiento en la vivencia llamada «Neohumanismo», en la que esboza un nuevo hombre que trabaja, pero también cultiva su vida familiar y social, que desarrolla su personalidad individual para superar el egoísmo puramente materialista. Existe en este libro preocupación, pero también esperanza. Hay una constante llamada a nuestra capacidad de adaptación. «Renovación», «Reajuste», «Cambios», «Evaluación» dan idea de un deseo de mejorar las cosas, presidido por la esperanza: «Caminamos, tropezamos, caemos, nos levantamos. Todavía hay esperanza».
Por supuesto, el cuadro final que resulta de estas pinceladas que selecciono conforma la idea subjetiva que yo me he formado de Fernando. La subjetividad del que contempla el cuadro afecta también al objeto contemplado. Conocí a Fernando por razones profesionales, pero pronto las relaciones de trabajo dieron paso a otras personales, auspiciadas por los intereses comunes en la literatura y las cuestiones políticas y sociales de nuestro tiempo, y también por su origen guipuzcoano que conozco bien y tanto aprecio por haber crecido y trabajado en el País Vasco, aunque en la peculiar conformación del autor se unen la integridad vasca y el esteticismo y expresividad italianas, a quienes debe también parte de su origen genético. La triste casualidad de que falleciera mi padre en 2015 y que Fernando hubiera nacido exactamente en el mismo año que él sirvió de acicate para una relación en la que la visión del hombre experimentado que ya lo ha vivido todo y que mira con comprensión las debilidades humanas complementa a la del hombre algo más joven que todavía tiene algunas batallas que librar.
Ahora bien, el retrato del autor que he extraído del libro prologado quedaría difuso si no destacamos una faceta relevante del autor: la de promotor de un premio literario, el Premio Orola de Vivencias «Facer Españas» que, además, es la que ha motivado este prólogo, al haber yo sido invitado por Fernando Orlando varias veces a formar parte de su jurado. Y es una faceta esencial no solo porque con él se premian —precisamente— vivencias, sino por su temática que, siendo inicialmente de tema libre, a partir de 2014 se enfoca a temas relacionados con la historia de España y muy especialmente con la misión de España en el mundo hispánico, lo que le ha llevado a tratar temas como el mestizaje, las universidades de Indias o la Escuela de Salamanca. Siendo él —como le gusta decir— mestizo en su origen, su elección personal y voluntaria por España y su misión en el mundo ha hecho que «Facer Españas» se haya convertido no solo en el título de su premio, sino en su lema personal.
Decía Baltasar Gracián en su Oráculo manual y arte de prudencia: «Tratar con quien se pueda aprender. Sea el amigable trato escuela de erudición, y la conversación una enseñanza culta; un hacer de los amigos maestros, penetrando el útil del aprender con el gusto del conversar…». Yo, y todos los que han formado parte de sus jurados, o quienes han sido premiados o simplemente han participado en los premios, podemos decir lo mismo que Gracián: Fernando nos ha honrado con su amistad y su experiencia y nos ha proporcionado la oportunidad de aprender, haciendo de los amigos maestros. «La amistad es generosidad y entrega», dice en una de sus vivencias. Y él las ha dado largamente.
Ignacio Gomá Lanzón

PVP: 13 € (autores, instituciones y librerías); 18 € resto.
Gastos de envío: 3 € para península, consultar para otros destinos.