NOVENTA AÑOS CREATIVOS I

 

PRÓLOGO

La palabra «vivencia», que Fernando Orlando Olasagasti, Orola, convirtió en 1962 en género literario (solo que en plural: «vivencias») es un vocablo de ascendencia señera. Como recordó Rodríguez Huéscar en La innovación metafísica de Ortega (1982) en España lo introdujo en 1913 Ortega y Gasset en su ensayo Sobre el concepto de sensación, como traducción, a propuesta del propio Ortega, del término alemán erlebnis, a su vez invención entonces aún muy reciente del filósofo alemán Wilhelm Dilthey. Para la transcripción al español, Ortega prefirió «vivencia» a «experiencia» por entender con razón que lo que Dilthey quiso decir con erlebnis era sin duda algo muy próximo al acto vital de la existencia, pero al tiempo algo también matizadamente distinto: «“Vivencia” es —escribió Ortega en el ensayo mencionado— todo aquello que llega con tal inmediatez a mi yo, que entra a formar parte de él».

Las vivencias de Fernando Orlando, de las que en este libro recoge un centenar, son así todo aquello (sensaciones, percepciones, experiencias, intuiciones, emociones, certezas, anticipaciones…) que de alguna forma y por la razón que fuese fue llegando a su conciencia, a su sensibilidad, a su intimidad; todo aquello que formó, pues, parte de él, y que Orola proyectó desde la prensa de San Sebastián, su lugar de origen (aunque hubiese nacido en Guetaria), en reflexiones palpitantes, transcendentes para sus lectores. En Noventa años creativos, Fernando Orlando recoge ahora el relato de su vida, sus memorias, o lo que él cree oportuno dar a conocer de aquellas, una narración breve  y sucinta de su vida (orígenes familiares, vida familiar propia, vida profesional y empresarial, vocación literaria, vida pública, política) y un centenar, como decía, de aquellas «vivencias», la primera publicada en 1960, cuando nuestro escritor tenía 30 años y, la última, las tres últimas en puridad, de 2012, la última de todas titulada «Aproximación a Dios», título que Orola, que Fernando Orlando, ya había utilizado, como el lector puede  comprobar en el mismo índice, con anterioridad.

 

Noventa años creativos tiene, con todo, unidad insobornable. Las vivencias que leemos en el libro son precisamente la expresión del yo moral, del yo espiritual, del yo literario, de quien fue sucesivamente, como se narra en las memorias, colegial en San Sebastián, abogado economista por Deusto, aprendiz de empresario (en la industria familiar) durante cuatro años en Génova, creador con María Pilar Olaso de una familia envidiable, empresario de éxito (Starlux, Conservas Orlando…) y escritor en San Sebastián; de alguien, además, que en 1979, por amenazas de ETA, tuvo que trasladar su residencia a Madrid (aunque espiritualmente nunca se fuera de San Sebastián, su «paisaje prometido» por usar otra vez una expresión orteguiana, una ciudad de belleza poética, íntima, deleitable, como entendió y plasmó Darío de Regoyos en los numerosos cuadros que la ciudad le inspiró). Noventa años creativos, que realmente lo fueron, se lee así con emoción y con sorpresa. Con sorpresa porque el empresario de conocidas industrias alimentarias de una economía de mercado altamente competitiva es, paralelamente, un escritor impregnado de evidente e intensa espiritualidad poética; con emoción porque la obra escrita de Orola, de Fernando Orlando, es una meditación de la vida, en la que la fe cristiana aparece desde el primer al último aliento como un imperativo de salvación.

Es esto último precisamente (un humanismo cristiano, limpio, sereno) lo que define a mi entender la personalidad y el pensamiento de Orlando, esto es, su fondo moral y su propuesta literaria. Las palabras, temas, reflexiones e incitaciones que se asoman y pueblan sus vivencias dejan poco espacio a la duda: inspiración (como soplo de Dios), fraternidad, Navidad, caridad, humildad, cruz, el papa Juan, fe, destino, incertidumbre, consuelo, paz, confesión, hermandad, aproximaciones a Dios, alma, belleza… Las vivencias de Orlando componen, en efecto, una poética de salvación, una poética de esperanza. Ello podrá tener, lo tiene, valor por sí mismo. Resulta además admirable en nuestro caso, esto es, en Fernando Orlando, cuando esperanza y salvación cristianas se piensan y se ofrecen a una sociedad, como es la sociedad contemporánea, laizada, secularizada, quién sabe si decididamente extraviada. El núcleo fundamental de las vivencias de Orlando fue, en todo caso, escrito entre 1962 y 1977. Estas bellas aproximaciones a Dios y a la fe como salvación en que Orlando fue plasmando su ideario de forma serena y esperanzada (no, pues, de forma dramática o agónica, como es harto evidente en la antología aquí recogida), integran una meditación existencial de considerable enjundia, incluso desde el escepticismo radical de quien esto escribe (si se me permite la confesión personal). Porque, al dar a conocer sus vivencias, su experiencia de vida, Orola hizo público un punto de vista esencial sobre la vida misma, un punto de vista, una perspectiva vital, sin duda suya, propia; pero que era una perspectiva que, lo supiera él o no, desvelaba las posibilidades de la moral cristiana en épocas, como la nuestra, de desasosiego e incertidumbre.

El espíritu empresarial de Fernando Orlando no se centró únicamente en el desarrollo de sus industrias alimentarias. Alentó también en su vida literaria e intelectual. En 1958, Fernando Orlando promovió, con otros amigos suyos del mundo literario, la creación del Premio Ciudad de San Sebastián de Cuentos. En 1993, ya en Madrid (recuerdo: se trasladó a Madrid en 1979 por amenazas de ETA; pues bien, no hay, con todo, sombra alguna de resentimiento por ello en la literatura vivencial de Orlando), ya en Madrid, decía, creó Ediciones Orola y enseguida, en 2007, el Premio Orola de Vivencias, premio, finalmente, que tuvo desde 2014, por unos años y por idea de su fundador, un lema, «Facer Españas». Vasco-español, como parte considerable de la intelectualidad vasca del siglo xx, de Unamuno y Baroja a Blas de Otero, Martín Santos y Raúl Guerra Garrido, Fernando Orlando sintió, tal vez tempranamente, España como preocupación (y tanto más así a raíz de la irrupción de la violencia terrorista de ETA en la década de 1960). «Facer Españas» pedía, en cualquier caso, a escritores españoles e hispanoamericanos sus vivencias en torno a España, la expresión de su emoción íntima en torno al país.

Como historiador, y en conclusión, la iniciativa y el lema mencionados me parecieron cuando menos oportunos, si no necesarios. Porque creo, como sin duda Fernando Orlando también cree (por eso creó ese Premio y acuñó aquel lema) en lo que dijo el historiador francés del siglo XIX Hippolyte Taine: «Hubo un momento extraño y superior en la especie humana. De 1500 a 1700, España es tal vez —escribió— el país más interesante de la tierra». Y porque suscribo igualmente lo que dijo Pío Baroja, el escritor donostiarra de raíz vasca y también italiana (como Fernando Orlando Olasagasti, lo que hace pensar que esa combinación de origen puede ser afortunada): «Será incompleta nuestra cultura —escribía Baroja en Divagaciones apasionadas (1927)—, pero negar su concurso a la civilización universal me parece absurdo. Con esencia española se han creado gran parte de los héroes de la literatura universal; de aquí han salido el Cid, don Juan y don Quijote, que han hecho soñar las imágenes del mundo…; de esencia española —concluía Baroja— es la dama sabia, estilo Teresa de Cepeda, y de esencia española es la obra de Calderón, de Velázquez y de Goya».

 

Juan Pablo Fusi Aizpurua (Real Academia de la Historia)

 

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