VIVENCIAS PREMIADAS EN EL XV PREMIO OROLA 2021

Primer premio de 5000 euros para «Dos hombres» de Vicente Ortí Hernández (Mallorca).

Un texto que recrea la hipotética celebración de los dos fundadores de la Universidad de México para «comenzar a construir una herencia limpia de conquistas» y para «traer la luz, el saber y el idioma».

DOS HOMBRES

Los dos hombres buscan la brisa árida que concede un sol continental. Hablan bajo la madera noble de los techos, entre el frescor conventual de los arcos de sombra y las fuentes. El de rostro alargado y barba calvinista viste de negro y parece cansado. El otro, nervio férreo bajo frágil carcasa, escucha estoico bajo su hábito franciscano. Los dos, el virrey y diplomático, el inquisidor y obispo, recuerdan estepas castellanas y prados vascos mientras admiran la tierra ocre y verde tras la ventana.

Uno ha plantado cara y armas a Hernán Cortés. El otro ha rechazado, sereno, prebendas imperiales. Ambos han traído la imprenta y la moneda, han explorado territorios sin mapas, han visto guerras y cadáveres y, pasados los días y los años, se han convertido en hijos de esta región amada. El político enseña al religioso la cédula y la firma de Carlos I, el decreto que hace nacer la primera universidad del nuevo continente y la segunda del Nuevo Mundo. Nos gustaría suponer que entre ambos se despertó la sutil emoción de las buenas noticias.

Y entonces Antonio de Mendoza y fray Juan de Zumárraga, castellano y vasco ahítos de biografías extraordinarias, celebran entre sorbos de agua clara y ráfagas de una brisa blanca saltar el mar desde la vieja España y, como intangible regalo eterno, comenzar a construir una herencia limpia de conquistas, castigos y turbias conciencias: traer la luz, el saber y el idioma.

Segundo premio de 2000 euros para «Balance y balanceo» de Juanma Velasco Centelles (Castellón).

En su vivencia acompaña en su último día al bibliotecario de la universidad, antes del cierre de la biblioteca, que supone su trabajo y también su vida.

BALANCE Y BALANCEO

Hoy es mi último día.

Por mi condición de bibliotecario mayor de esta Real y Pontificia Universidad de México se me comunicó hace apenas un mes que se clausuraba la institución, que Valentín Gómez Farías, presidente interino, liberal, constitucionalista, había decidido erradicar cualquier símbolo de conquista hispánica.

Me fue encomendada la misión postrera de actualizar el archivo de libros y documentos y he consumido mis excedentes de sal vertiendo lágrimas sumisas. Hubiera podido desoír una orden que venía sin guillotina, aducir fatiga o presbicia o inanición, pero… como amo más a los libros que a mis congéneres puse mi máximo empeño en ceder a un usufructuario desconocido, con el mayor de los órdenes, un tesoro que no por provenir en buena parte de la metrópoli conviene destruir. Lo diferente nos expande.

He dormido aquí, en esta suntuosidad bibliotecaria, rodeado de mentes que vertieron su sabiduría en la pasividad de los libros. Hubiera sido imposible catalogarlo todo de no partir con un entibado sólido de orden.

Más de quince mil entre volúmenes y documentos y aún restan cajas por procesar, pero soy solo uno, más próximo a ninguno que a tres. Mis ayudantes tampoco han pisado sus casas en este último mes. A ellos les deberá el pueblo mexicano la herencia cultural que confío sobreviva al prurito catártico de los actuales dueños de mi patria.

Cervantes, Lope, Góngora y otras docenas de escritores españoles reposan en los estantes; pero también Abad, Sor Juana Inés, Alegre como algunos exponentes de las letras mexicanas, comparten alma, cuerpo y lengua en esta biblioteca que se extingue como todo.

Casi es ya mañana. La viga es sólida, la soga nueva, mi cuello frágil. No tengo sentido sin mis libros…

Tercer premio de 1000 euros para «El hospital de almas» de Isabel Fernández Peñuelas (Madrid).

Una escena costumbrista que narra cómo los niños michoacanos en 1540 acceden poco a poco a la educación, gracias a la bonhomía del fraile.

EL HOSPITAL DE ALMAS

Extracto del diario de fray Alonso de la Vera Cruz. 1540, año de la fundación del Real Colegio de San Nicolás por Vasco de Quiroga, futura Nicolaita, la universidad más antigua de México.

Los primeros soles lamen con sed el patio empedrado de la huatápera alegrando las buganvilias naranjas. Un grupo de michoacanos espera bajo los frescos soportales. Vienen por las veredas arrastrando miserias y esperanzas desde las tierras comunes a aprender a leer, a hilar la rueca, a curarse. Las mujeres cargadas con sus cestillos de tacos de canasta y charales del lago sobre las cabezas de largas trenzas azabache, para comerlos juntos apretando sus vidas en los banquillos de madera.

Cuando Tata Vasco aparece en la puerta de la iglesia para la oración de la mañana, los niños escapan del calor de sus madres y corren como ocelotes entre las columnas de adobe para prenderse a su capa roja de lana, compitiendo por alcanzar la caricia de la mano del hombre bueno que en sus reglas y disposiciones ha escrito cómo han de vestir y trabajar en los pueblos-hospitales; que no hay que tratarles de bestias, sino de hermanos; y que todos han de saber de la agricultura desde la niñez y tejer y herrar por el bien del hospital y de la escuela.

Pronto abriremos un Real Colegio para sacerdotes en el que les hablaremos en tarasco, porque la palabra de Dios y la ciencia que hemos venido a enseñar ha de llegarles a estas gentes mejor en su lengua, que aquí hacen falta tanto hospitales de almas como de cuerpos. Tal es la utopía de este hombre santo a quien estas gentes tratan de padre por la caridad con la que abraza a sanos y a enfermos.

Porque padre es quien perdona y quien protege.

VIVENCIAS FINALISTAS